Party Monster es un biopic que retoma las figuras de Michael Alig (Culkin) y James St. James (Seth Green), estrellas del movimiento drag queen adolescente de los años ochenta en Nueva York en los llamados “Club Kids”.
La historia, más que retratar el efímero fulgor de un movimiento callejero, trata de llevar al espectador al lado oscuro de Michael Alig, desde su endeble estado emocional, su creciente afán de protagonismo, su recalcitrante ambición y hasta el asesinato de Angel Melendez, un dealer de pacotilla a quien Michael encumbró como una de las figuras representativas de su trouppé de gay-teens ansiosos por saltar a la fama.
Basado en el libro autobiográfico Disco Bloodbath de James St. James, que sirvió a los realizadores Fenton Bailey y Randy Barbato para la realización del mediometraje documental Party Monster en 1998, esta nueva cinta homónima no es más que una reelaboración en tono de comedia ácida con diferentes guiños directos a cuadro, donde los personajes / actores llaman al público a conocer más de la intimidad de la pareja central. Es, en pocas palabras, una dramatización de lo que ambos realizadores pusieron frente a la cámara cinco años atrás, sólo que esta vez dejan que la voz narradora sea la de los propios Michael y James en distintos momentos de la vida de cada uno, pero siempre dando el peso específico de la anécdota al primero.
Michael se presenta como un joven abusado sexualmente desde pequeño, que a sabiendas que no iba a lograr nada en su pequeño poblado, emigra a la Gran Manzana en busca de fortuna durante los primeros años de la mágica década de los años ochenta. Conocer a James St. James fue un verdadero golpe de suerte. Alma de cuanta fiesta se organizaba en los clubs nocturnos, James accedió, sin saber muy bien cómo, a tener amistad y brindar consejo a un joven provinciano que en poco tiempo se encargó de opacarlo de la escena gay nocturna de Nueva York, e incluso, con el paso del tiempo, se vería reducido a foco de sus despiadadas burlas.
Bajo la mirada complaciente de su madre, Michael realmente se guió por el instinto de diversión sin preocuparse jamás por las consecuencias de sus actos, siempre buscando refugio en Dylan McDermott, propietario del Limelight, centro nocturno de mala muerte que el jovenzuelo se encargó de encumbrar con sus apoteósicas fiestas de excesos como punto de referencia obligada de las noches neoyorquinas, tras el cierre de míticos clubs como el Studio 54.
En realidad, los directores prefieren dejar de manifiesto las dos cara de Michael Alig: la festiva drag capaz de llevar un mundo de éxtasis y diversión lo mismo a la caja de un trailer que a una tienda de comida rápida y encumbrar en una tan atronante como fatua celebridad a Christina, una aborrecible drag desdentada (interpretada ni más ni menos que por Marilyn Manson), y la del joven indefenso y carente de amor que a toda costa buscó aferrarse primero a DJ Keoki, un joven latino que se pretende su más grande amor, o a Gitsi, una chica tan desjuiciada como él.
La vida de Michael Alig puede ser entendida de una forma basta simple: como una espiral descendente. Una vez que su propuesta, por llamarla de alguna manera, fue de todos conocida y desenmascarada como una simple tomadura de pelo, su coto de poder terminó y con ello su mini reinado, situación que desembocó en la perdida de favores por parte de sus allegados, uno de ellos Angel Melendez, quien al exigir el pago por las cantidades industriales de drogas que Alig y los suyos consumieron, encontró la muerte.
La película pareciera, en cambio, tornarse mucho más complaciente con James St, James, quien termina como el ave que atravesó por el fango sin ensuciarse, siendo incluso objeto de una mediana atención por los medios gracias a la publicación del libro autobiográfico que da pie a esta cinta, situación que no deja de resultar chocante.
Party Monster es una cinta que parece no encontrar su lugar dentro de los márgenes de las nuevas corrientes de cine independiente estadounidense. Realizada con apenas el presupuesto mínimo necesario y de manera bastante rutinaria, se trata de una nimia biografía de un personaje de tan poco valor, que solamente se puede decir que se trata de un gasto inútil por parte de los realizadores en su búsqueda por dar una nueva vuelta de tuerca a su documental homónimo. Aun cuando la película puede resultar entretenida viéndose sin mayores aspiraciones, lo único que se obtiene al final es la sensación de vacío e inutilidad propia de un vago ejercicio cinematográfico que en ningún momento logra alcanzar un verdadero punto álgido que logre marcar el verdadero tono del conflicto.